miércoles, 29 de abril de 2015

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LOS VELOS DE LA MEMORIA

La paz debe conllevar que se imponga el perdón, pero también la memoria, para impedir que siga o que se repita.

Cuánta masacre, y tantos todavía con el corazón impávido. Cultivando su vida como las rosas del engaño. Con la disculpa de que “Eso no va conmigo”. Eso va con todos. Y al que no le ha pasado todavía nada le es aconsejable andar 'mosca'. Antes de que le llenen la boca. “Atenete y no corrás”, solía repetirme mi abuela.

Los habitantes del campo no ven la salida del sol sino la llegada de los asesinos que van por ellos, disparando a la par que cantan los gallos. ¿Y quiénes son estos asesinos con o sin sueldo diezmando vidas a diestra y siniestra? Paramilitares con motosierras talando cuerpos de sospechosos de auxiliar la guerrilla, guerrilleros con sus pipetas de gas como la disparada contra la iglesia de Bojayá atiborrada de fieles, militares fabricando ‘falsos positivos’, ese engendro consistente en ejecutar a jóvenes desocupados, y en ocasiones hasta tarados y mendicantes, engatusándolos en barrios populares con el cebo de una chanfaina en el campo y, una vez en este, masacrados en serie para vestirlos de guerrillos y presentarlos ante los superiores y los medios, en procura de una felicitación y una recompensa, como abatidos en combate. No estarían recogiendo café, dicen que declaraba el Gobierno cuando lo enteraban del hecho. Añadiendo la infamia del concepto a la infamia de la ejecución.

A pesar de que los victimados de cada día aparezcan en primera plana y se hagan oír en los noticieros radiales y ver por televisión, esas noticias atroces repetidas por 60 años se han vuelto paisaje para nuestras sensibilidades de piedra. ¿Qué le queda entonces al escritor espantado sino conjurar el espanto espantando al mundo con el relato de sucesos tan espantosos?

Me ha caído en las manos un libro cuyo propósito es develar esos dolorosos momentos cuando la muerte pasa pisando duro con sus botas de camuflaje, libro precioso a la vista para el bibliófilo por su diseño y la calidad de las 45 inquietantes fotos de mujeres de ojos que dejan ver sus almas laceradas por el espanto y la cólera reprimida, y a la vez doloroso de leer por cuanto cuenta lo que ha venido sucediendo en el país que no vemos quienes tenemos la fortuna de vivir en ciudades donde nuestra queja es que no podemos avanzar más rápido en nuestros carros por nuestras carreras. Hablo de Los velos de la memoria, editado inicialmente por Éditions Vericuetos de París France y ahora por la tercera edición en Caza de Libros. Lo firma Jorge Eliécer Pardo, empecinado y riguroso escritor y mi vecino de cuadra, autor de estos testimonios patéticos y estas crónicas vívidas del horror, como debe ser la labor de quien dispone de su caudal de palabras para señalar los caudales de sangre que en esta tierra fluyen como petróleo.

Jorge Eliécer Pardo hace honor a su nombre de patricio liberador con el apuntar minucioso de un holocausto que ha cobrado millones de víctimas entre muertos, desaparecidos y sobrevivientes desamparados. Se necesita coraje para acometer esta labor higiénica de denuncia impecable, contando con que el estilo empleado no es cortopunzante ni teñido por la pólvora y el agravio. Es alta poesía del dolor, expresión luctuosa y honesta, ceremonial, elusiva de gritos o gestos patéticos –sofrenada en la maldición para los malditos, que queda implícita–, pero hondamente sumergida en el infierno que nos fue deparado por los demonios de la política.

El luto requiere de velos, pero la memoria requiere que se los quiten. Los velos de la memoria es un libro que hunde el dedo sobre esa infamia reiterada que es la violencia. La paz debe conllevar que se imponga el perdón, pero también la memoria, para impedir que siga o que se repita. Si ya no por nosotros, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.

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